"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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viernes, 24 de febrero de 2012

EL CONDENADO VIEJO CONDENADO

José Antonio Nisa

El condenado viejo
“Mira lo que tiene aquel viejo en la mano”, observó burlonamente un muchacho. El viejo salía todos los días de la Residencia y paseaba con aquello en la mano. Todo el mundo volvía la mirada al verlo pasar. Las madres se llevaban a sus hijas del parque en cuanto el viejo asomaba por entre los jardines. Ya lo conocían de otras veces. Las mujeres, con sus carritos de la compra, agachaban la cabeza y cruzaban al otro acerado. Los hombres simplemente reían, mostrando una cómplice comprensión. Desde la carnicería de la esquina salían voces: “viejo desvergonzado”. Él sonreía, desgreñado, indiferente en su lerdo caminar. 
Después de tres semanas de continuo escándalo, el centro informó a los familiares el fin del internamiento, pues los médicos habían concluido que le era imposible convivir con los demás viejos. Su hija, sofocada ante tan insólita reacción de su padre y aturdida ante el incierto futuro que les esperaba, acudió a recogerlo entonces, acompañada de su marido. En el encuentro, el viejo ofreció una mirada prolongada y serena a su hija, quien no supo observar unos ojos hundidos por el olvido, ni una parda e irónica sonrisa de dolor.
Al subir al coche el viejo volvió a tomar su cosa con la mano, para castigo también de su hija.

Condenado
Afortunadamente, el director del centro no había observado nada durante los quince primeros días en que el viejo salía a mover el corazón por las calles de la ciudad. La residencia estaba enclavada en pleno casco antiguo, en el que un vetusto parque con ficus centenarios y frondosos robles de agrietados troncos cerraban el cielo bajo el que los pájaros se concentraban a diario. Por algunos claros donde se proyectaban algunos haces de luz solar, corrían las abubillas con sus hermosos mantos albinegros. Los niños corrían tras ellas sin éxito.
El viejo salía cada mañana y recorría las dos calles que subían hasta el parque. Tan pronto como el olor de la fresca y oxigenada verdura de la vegetación llegaba a su olfato, el viejo era dominado por una naturaleza indómita que le fluía por las venas, y sus imágenes rendían homenaje a los baños en el río donde las muchachas reían de su desnudez y él tapaba púdicamente sus vergüenzas antes de sumergirse en el agua. Entonces el viejo prendía su cosa con la mano sobre el pantalón y se paseaba risueñamente sin percatarse de la verdad que dirigía las cosas humanas en la mundana infelicidad del hombre: toda la vida tapando vergüenzas, toda la vida ocultando sus pudores.
Al verlo, las madres bajaban la cabeza y se levantaban de sus asientos, pues ya lo conocían de otras veces. Luego, cuando el viejo bajaba con su lerdo caminar hacia la residencia, con su sonrisa de felicidad alimentada por el recuerdo, nada le podía impedir soñar con la sangre que le brotaba de su instinto, con el halo de vida que aún le pertenecía por derecho. Y las madonas de las tiendas le increpaban, y otras deslenguadas le insultaban, pues ya lo conocían de otras veces. Mientras aquello sucedía, él prendía sus vergüenzas con su mano huesuda y el pantalón ofrecía una arruga poderosa en la zona de entrepierna.
Cuando el director supo de aquello no tardaron en redactarse los informes, contra toda opinión de los demás viejos, y contra la piedad acreedora de los recuerdos ignorados. A los cinco días, la familia supo del escándalo que provocaba el viejo en el vecindario.
Su hija lo besó y le dijo “papá” con desesperación, pero al subir el coche y darse cuenta de la situación él no sintió más que una nueva ruptura con su libertad, y el sentimiento de ser, él mismo, una vergüenza que alguien hubiera que tapar al mundo. Entonces de nuevo tomó su cosa con la mano, para ocultarla también a su hija.

martes, 7 de febrero de 2012

EL DIABLO DE LA IZQUIERDA

José Antonio Nisa

Aparece el diablo sobre el hombro de la protagonista, irónicamente vestido de rojo, con su sempiterna risa sardónica en el rostro, y comienza también hoy su perorata, aprovechando un oportuno momento de aflicción.
Susurra al oído.
Oye, ¿no crees que ha llegado ya el momento de abandonar? Llevas veinte años afiliado a tu partido. Durante esos años has visto y vivido muchas contradicciones entre lo que se piensa y lo que se hace, entre el discurso oficial y los comentarios en ámbitos privados, entre la teoría y la praxis.
Durante ese tiempo has visto a muchos líderes pasar por los púlpitos, muchos de ellos no han tocado cetro, pero la mayoría viven hoy retirados cómodamente después de abjurar de sus principios revolucionarios.
Hoy el capitalismo domina el mundo, tú vives mejor que la mayoría de los desgraciados de este planeta. Trabajas diez horas diarias pero tienes casa, vestido, y tus hijos se sobrealimentan y van a la escuela. ¿Crees que aún puedes mejorar?
Tú siempre dices que aspiras a otro mundo mejor, a que nadie muera de hambre, a que no haya guerras, a que el hombre no sea explotado por el hombre. Pero no avancemos tanto. Analicemos esto.
¿No has percibido aún la mentalidad conservadora del trabajador occidental? ¿Por qué crees, si no, que la mayoría de los trabajadores no vota hoy día a la izquierda? Escúchalos, y verás qué cosas dicen de la gente de izquierdas. Cuando la izquierda ataca a las empresas, ellos defienden a su patrón, que es quien los mantiene. El patrón es su amo, su señor, y a él deben todo lo que tienen. Por eso no quieren oír ni hablar de esas ideas revolucionarias de expropiación, nacionalización, o simplemente, de aumentar los costes laborales. El obrero sabe que nada de eso hoy es serio.
En el fondo tú sabes que en este mundo de puertas abiertas para los capitales las empresas pueden cerrar y marcharse a otros lugares donde los obreros y los estados sean más permisivos.
Así pues, cuando la izquierda, en nombre del Estado, se inmiscuye en la relación entre el obrero y el patrón o aumenta los impuestos a los capitales, no está sino señalando el camino al patíbulo para todo el sistema económico. Además, ya los patronos se encargan de recordarlo: “Cuidado con la izquierda”.
Tú eres un revolucionario que exhorta al proletariado a la sublevación, a hacerse con los medios de producción, pero el proletariado ya no escucha, los obreros no ven razones para mancharse las manos de sangre. Y saben que después de estos amos vendrán otros amos, que les harán trabajar igual o más, si cabe, esta vez para levantar no ya la empresa sino el Estado o cualquier otro monstruo que se inventen los nuevos advenedizos. ¿Qué beneficios inmediatos y palpables ofrece la revolución al proletariado? ¿Se reducirán las horas de trabajo a la mitad con el mismo salario? ¿Podrán gozar plenamente todos los obreros de los bienes y lujos que disfrutan hoy los ricos burgueses? ¿Se podrá extender todo esto a los obreros del mundo? Piénsalo por un momento y descubrirás que los niveles de consumo, lujo y derroche actuales no se pueden mantener para todos los ciudadanos del mundo ni un solo día. Y mucho menos ¡ja!  reduciendo la jornada laboral.
Por tanto la solución pasa por pedirle al obrero que se prive de consumir y gastar. Y éste se preguntará quiénes son los que entonces disfrutarán de los yates de lujo, de los vuelos en avioneta y de las suites de hotel. Ya se lo imaginan, ya.
Eres un revolucionario de papel. No sabes lo que dices. No sabes lo que estás pidiendo a los conformados obreros de tu país.
Pero también dices que quieres que no haya guerras. Quieres que ningún país domine a otro, que cada uno sea dueño de sus recursos naturales y los reparta equitativamente. Suena muy bien pero... vamos a ver si nos enteramos.  Imagínate que las multinacionales que compran en aquellos países la materia prima a precios irrisorios, que fabrican en esos países con unos costes nimios, empleando a niños a cambio de casi nada,  y que nos traen la mercancía acá para nuestro consumo a precios asequibles para nuestras frágiles economías, imagínate, digo, que estas multinacionales pagaran el valor justo por la mercancía a los países de origen a fin de dignificar la vida de sus habitantes, entonces ¿qué ocurriría? Pues simplemente nuestras economías familiares no podrían adquirir todas esas bagatelas que compramos hoy en los supercienes, y los productos básicos para nuestra cómoda vida serían inalcanzables. ¿Te das cuenta del desastre? Si es muy fácil de ver. ¿Qué le pides entonces al obrero?
Y las guerras...¿no sabes que todas las guerras no son sino la forma que tienen los países ricos de sojuzgar a los pobres para disponer de sus riquezas naturales y humanas? Esto ha sido así desde el origen de los tiempos. En realidad es lo que nosotros pedimos. ¿A qué viene ahora quejarse de que si bombardean a mujeres y niños?
Te tienes que dar cuenta ya de que el hombre ha demostrado a lo largo de la historia que su mayor enemigo es el propio hombre. Aquella idea de la unión de todos los hombres del universo en una vida en paz, en felicidad y mejorando continuamente la especie humana ha sido ya superada por la experiencia humana y por la historia.
¿Cómo dices? ¿Que sientes pena al ver la injusticia a tu alrededor? ¿Que no puedes admitir que los poderosos engañen a los pobres? ¿Que no puedes soportar la corrupción de los gobernantes, ni los tratos de favor a los ricos? ¿Que no entiendes cómo se puede explotar tan vilmente a los inmigrantes? ¿Que no quieres que el planeta se destruya? Ah, ¿tampoco ves bien la trata de blancas? Con que es superior a tus fuerzas ¿no?
¡Pero bueno! ¿Es que te quieres suicidar? No te amas lo suficiente. ¡Esa es la educación que te han dado! Seguramente tu madre te quiso demasiado. Y así has salido: demasiado humano.
Bueno, me voy. Veo que no tienes remedio.

Escupe y se esfuma.
Al cabo de un rato aparece el ángel de la guarda. Alicaído se posa en el hombro derecho. Destrozado por los resultados electorales comienza su lamento.

El mundo no es justo: con todo lo que hemos luchado por todos ellos, ahora vienen y nos desprecian. Hemos confiado tanto en la justicia divina que... ahora... sólo nos queda encomendarnos al diablo.



viernes, 3 de febrero de 2012

HISTORIA EN CUATRO MICRORRELATOS


I. SECRETO
Aquella noche de luna llena, alguien acompañaba al príncipe en su aposento. Los guardias habían fingido no ver a la joven plebeya entrar en palacio. Pero una de las doncellas aguzó el oído y oyó risas de mujer y suspiros de amor.  El nombre y la pureza de la casa real acababan de ser mancillados. Como todas las noches, aquella doncella acudió al aposento del monarca. Y rió bajo las sábanas, sabiendo de su secreto.
II. ENVIDIA
La prometida acudió a la fiesta más bella que nunca, y encandiló a toda la corte: sus labios acorazonados, ardientes, lascivos, sus ojos acuosos, felinos, sus curvas voluptuosas, sus pies delicados, sus muslos divinos.
Pero aquella tarde, la doncella fue consumida por la envidia, y difundió el rumor por toda corte. El rey fue enterado entonces de la procedencia plebeya de la princesa y dictó el veto de aquel matrimonio.
III. AMBICIÓN
El sol asomaba escasamente por el horizonte. Desde la huerta, la madre la reconoció en lontananza y salió a su encuentro. La joven se abalanzó sobre ella, y sus lágrimas comenzaron a humedecerle el vestido. Entonces la madre inquirió una respuesta. Y ella se lo aclaró todo. De pronto, la madre se desprendió del abrazo y se giró hacia la casa con el rostro duro, visiblemente enojada. “Esta vez, no”, se dijo.
IV. INCESTO
Ante el rey, la madre se soltó el pelo: “¿Me reconoces ahora?” El rey quedó turbado, sin respuesta, anclado en el recuerdo que le había sido iluminado de repente. Luego reaccionó, se acercó lentamente a ella, la contempló con ojos extasiados y le tocó suavemente el hermoso rostro que aún conservaba. La mujer habló de su hija, del amor, del matrimonio. Pero él, extasiado con aquella presencia, ya no escuchaba nada, pues acababa de decidir reparar todo su pasado.
Aquella misma noche, se anunció la boda, y la doncella desapareció para siempre.

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