"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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lunes, 25 de febrero de 2013

LA LLAVE SECRETA DE SU AMOR

Y aquel cuerpo de mujer, armónico, embriagante, cartesianamente preciso, que sus ojos veían y sus manos tocaban eran la belleza. Él sabía que era suya y sus sentidos le decían que era real, el placer con que le llenaba sus horas. En aquel momento, él dijo: “Te quiero”, y tan sólo quería decir: “Te quiero así para siempre, y siempre mía”. Porque deseaba que nada en el mundo se la arrebatara nunca jamás.  Y pensó que la custodiaría día y noche, bajo su llave secreta, en su más intrincado laberinto de pasión, oculta de las fauces del mundo, porque sabía que el hombre es guiado ciegamente por el deseo de poseer la belleza de la mujer, y por más que la razón quisiera engañar a los sentidos, un afluente de la desdicha universal le acecharía incansablemente para arrebatársela.
Y en ese afán por cerrar las puertas a la insidia humana, al egoísmo perdulario de los hombres, un dolor agónico comenzó a surcarle las entrañas, poco a poco, a medida que el placer de la carne consolaba aquel designio de sufrimiento, y el aciago convencimiento de que todo aquello era efímero se fue instalando en su alma.
Hasta que llegó el día fatídico, el día que siempre había pensado que tenía que llegar. Aquel día él abrió la puerta y vio sus ojos tristes; su boca esbozaba un grito en su forma ovalada, su pelo estaba revuelto, sus manos rígidas. Ella no dijo una sola palabra, pero él sintió que le imploraba vehementemente salir de allí, de aquel lugar apartado de la mirada de los hombres, y vivir la vida como los demás mortales. Y a pesar de que aquella reacción la había esperado desde tiempo atrás, la impresión que le causaba en aquel instante aquella cara inerte no le dejaba reaccionar. Quieto en el vano de la puerta, se quedó mirándola fijamente, pensando en su desdicha irrevocable, y en la única solución posible: el encierro. Así que con los ojos cargados de lágrimas, se volvió, sostuvo la última mirada de resignación y, lentamente, cerró la puerta.
Entonces, como agitado por algún asunto urgente, subió las escaleras del sótano rápidamente, hasta llegar al salón, donde comenzó a rebuscar entre las revistas de encima de la mesa. Al punto apartó una de ellas. Pasó las páginas, una, dos, tres, … por fin encontró lo que buscaba: “Esta es: Ana, Ana se llamará, eso es. Ella no me traicionará”, dijo, y se fue a mirar por la ventana lo que le parecía el contoneo lascivo y perverso de las mujeres de carne y hueso que cruzaban la plaza, para convencerse a sí mismo de que hacía lo correcto. Luego cogió el teléfono e hizo su nuevo pedido.

domingo, 17 de febrero de 2013

UN ALMA EFÍMERA



SE SACUDE
TODO LO QUE LLEVA ENCIMA
La calma ensimismada,
el sátiro ebrio,
la locura desenfrenada
de la naturaleza de carne y hueso
lo abstracto o lo invisible,
el regocijo de la razón,
la inmaculada.
El aire de la inexistencia
Donde viven sus demonios
Sin demora.
Y MUERE

EL ESCRITOR



El labio mojado todo el día, rabiando por un deseo impronunciable. La casa impregnada de voces que a veces no escucha; otras, sin embargo, escucha el silencio, y sonríe, porque le parece hermoso. Por la mañana llama a mamá, pero nadie responde, porque ella era la mujer, y él era el hijo al que transmitió todo lo que ella llevaba dentro. Pero nadie responde. La música procede del patio; él piensa en el placer de la música, el verdadero placer. Luego llega un celador y le coge del brazo. Le llamaba por su nombre: Julio Alberto. Van a ver el fútbol en la sala, después le llevan al refectorio y comen.
La enfermera llegó con aire diligente para darle la medicina. Él la miró a la cara. Ella paró sus movimientos y se concentró en su mirada. Le pidió lápiz y papel. Ella se lo prometió.
La escritura fue una catarsis delirante del subconsciente. A partir de entonces toda comida le supo fantástica, las preocupaciones le volvieron, el trabajo, todo ello le mantuvo en cierta lucidez. Y entonces reflexionó sobre su vida y aprendió a tener siempre algo que hacer: entender por qué había retrocedido. Su vida había sido una línea recta, pero él había llegado al final demasiado rápido, para descubrir que era entonces cuando empezaba el verdadero camino. Pero él había retrocedido para coger impulso, y al punto se dio cuenta de que los zapatos ya estaban gastados y el andar producía dolor. Y recordó sus gritos. Mamá decía que se había vuelto loco. Lo tenía todo y no era consciente de ello, y por eso había caído en aquella insania, dijo ella una vez. Pero él sabía que nunca tuvo nada. Y sufrió el destierro del final. Sus hijos, Benito y Clara, se fueron con ella, con su madre, porque ellos no habían empezado a vivir. Y él, sin embargo, intentando retomar los licores del pasado.
Había escrito ciento veinte cartas a sí mismo desde entonces cuando, sin esperarlo, apareció la psicóloga del centro. Se lo llevaron a un despacho. Él renunció a salir de allí: aún no había comprendido nada. No, no era eso. Queremos publicar sus cartas, dijo ella, la suya es una buena historia. Pero, ¿no tendré que salir de aquí?, preguntó. “Es inevitable, el mundo le espera”.
¡Mis zapatos, mis zapatos!, y comenzó a gritar de nuevo en un delirio inconsolable. El director avisó al celador con urgencia.

viernes, 15 de febrero de 2013

INCONCLUSIÓN



Ordenaba el estudio y era como si estuviera removiendo el pasado más reciente; surgían apuntes y anotaciones urgentes que pasaron, ideas que se trazaron brevemente en una libreta que quedó sepultada, un folleto interesante, unos signos de admiración cruzando una hoja entera. El pasado entonces comenzó a tomar forma, a remozarse y a tomar cuerpo. Empezó a oír una llamada lenta y suave, pero poderosa; como si una mujer de largo pelo gris le estuviera llamando haciéndole recordar que había dejado demasiadas cosas sin hacer, demasiados páginas por escribir, demasiados momentos de amor sepultados en una agenda. Maldijo el tiempo y cayó en una pena profunda que surgió de aquel lugar, del lugar de lo que nunca fue realizado ni, en consecuencia, amado. Después, un sentimiento que él bien conocía asomó por entre sus flancos interiores, y, como siempre, se enredó con el humo de un cigarro para deshilachar aquella gran mentira que siempre le acechaba: la nostalgia de la nada.
Al fin y al cabo, se dijo, ¿qué somos sino seres inconclusos?

martes, 12 de febrero de 2013

LA METAMORFOSIS DEL AMOR

Diez años de amor. Luego, volvió a empezar, pues ella ya no era la misma: él ya no aparecía en sus sueños. Fue entonces cuando ella aprendió a clavar sin miedo las uñas en su carne, pues sabía que él ya había pasado la prueba del dolor.


viernes, 1 de febrero de 2013

BONDAD



Un día él sintió curiosidad por aquella fuerza implacable y miró a través de la cerradura. Allí estaba ella, sollozando. Entonces comprendió por qué nunca se encontraba mal, ni mostraba la más mínima queja, ni decía nunca jamás nada que pudiera revelar su sacrificio. Lo guardaba todo para sus adentros. De pronto ella se levantó y él pudo ver su espalda ensangrentada. Y entonces entendió por qué siempre era tan comprensiva con los malos, y tan generosa con los necesitados, y por qué su vida era tan austera. Luego, ella se volvió y se soltó el pelo; se inclinó ligeramente hacia delante, y su cabello cayó sobre sus pechos. Su piel era blanca, sus pechos firmes,  su negro cabello era hermoso, y su figura se le antojó delgada, muy delgada. Entonces una idea acudió a su cabeza: nadie puede dar más amor del que tiene dentro sin poner su salud en riesgo. Y comenzó a pensar que quizá ella se estuviera consumiendo poco a poco. Pero al punto ella se introdujo en la bañera, y él vio sus nalgas. Una especie de deseo le recorrió inesperadamente. Entonces ella comenzó a sumergirse en una nube de vapor, hasta desaparecer. Él volvió a la realidad sobrecogido por el descubrimiento de tal inquietante belleza. Se levantó y, agitando su cabeza, intentó comprender aquel extraño deseo que le había asaltado, pensado que quizá hubiera sido un engaño de sus sentidos. Pero no, al cabo de un tiempo, ella salió, poderosa, y miró a sus ojos. Él disimuló diciendo alguna nadería, pero ella rió ligeramente, lo atrajo para sí y, cogiéndole de la pechera, lo lanzó a la cama con decisión. Se colocó encima y derrochó todo el amor que él nunca pudo sospechar que alguien llevara dentro. Definitivamente, no pudo hacer otra cosa que entregarse a ella. 

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