"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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jueves, 29 de mayo de 2014

UN POCO DE SANGRE



Los brazos caen abajo, las manos escapan hacia los bolsillos, la persistencia de la necedad ha hecho mella en el ánimo exhausto de los más entusiastas, como si el sistema se empeñara en desesperar. Robados los últimos céntimos de ilusión, ¿qué queda? Si ya el imperio de la ignorancia domina el mundo de la comodidad, de la dependencia enfermiza, de la obscena gloria de los símbolos de la muerte, qué nos queda: la danza de la inconsciencia que se deleita con la destrucción, con el afanoso ruido de la pandereta académica, las vidas agostadas en cuerpos acomplejados, escuálidas almas robadas a la esperanza, seres antojadizos royendo la puerta del mal, cual ratas inmunes a la estulticia, a la miseria moral, al hambre de la pasión que enamora. 
El verde rencor de la primavera suspira por sangre, ¿dónde? Sangre, hagamos sangre antes de que se pierda el lugar hacia dónde escapa la vida. Sólo para orientarnos. Quizá alguna forma de arte, algún escenario diáfano donde se derramen lágrimas de alegría y de dolor, algún ídolo facineroso que nos saque el rostro rebelde y diabólico. Sólo hacer un poco sangre, y seguirla hasta el mar.  

sábado, 24 de mayo de 2014

EL MAESTRO LUDÓPATA

En verdad, el maestro no pasa de ser más que un simple ludópata: sacrificar su tiempo, sus pensamientos libres y sus fuerzas en un impulso ciego por ganar algo en este juego de la educación no lo hace diferente de un ludópata de otro género.
El maestro se ilusiona, sueña con que el tiempo empleado en sus alumnos sirva para algo, a saber: que en cualquier momento cercano, el alumno sufra un cambio en su conocimiento o en su forma de ver el mundo; sueña, en definitiva, con contagiar su ser a sus alumnos en alguno de los sentidos en que esto pudiera suceder. Una y otra vez repite la operación: mira a los ojos del muchacho, comprende su necesidad y ¡zas! se lanza a la tarea, con esa ciega ilusión del jugador compulsivo, esperando el premio mayúsculo que lo llene de regocijo y satisfacción, que lo haga, en suma, un gran jugador. Sin embargo, el juego no sería tal si el premio estuviera cercano, si el temor a perder no fuera el hilo que tensa la emoción, y por eso quizá la derrota no sea más que una necesidad de su propia naturaleza.
Si tan sólo una vez la objetiva obviedad del mundo que le rodea pudiera por unos segundos hacerle comprender que todo eso no es más que una  mera ilusión, el maestro quizá comenzaría a saber que se encuentra enfermo, y que más allá de sus vanos intentos por domar la naturaleza indómita de sus alumnos, sólo puede conseguir consumirse en los intentos, sin que jamás la suerte le sonría más que en algunos reintegros.
Quizá habría que pensar en primer lugar en unos planes educativos contra este tipo de enfermedad tan nociva para el resto de la sociedad y, sobre todo, para esos otros impostores de profesión. Aunque se sabe que hay delegaciones trabajando desde hace tiempo en este sentido.

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