El
sol se había parado sobre el cielo diáfano de mediodía. El olor a mar se había
disuelto en la humanidad que yacía dentro de la barca, donde los cuerpos
estáticos se apretaban entre sí, como si de aquella forma pudieran esquivar los
rayos inclementes. El motor había dejado de rugir, y el rítmico y pausado
chapoteo de los remos formaba parte del silencio. Sobre este, las miradas se
entrecruzaban sobre el amasijo de cuerpos que ocupaba el interior de la barca.
Junto
al remo, una mujer joven tapaba a su bebé con su vestido. Estaba de cara al sol
y sus ojos miraban hacia abajo. Su respiración se había reducido al mínimo;
parecía dormida, pero sólo pensaba. De pronto, levantó la cabeza y tomó aire para
hablar.
-Nadie
hablará de nosotros cuando hayamos muerto –dijo.
Todas
las miradas se dirigieron hacia ella, pero no hubo movimiento alguno entre los
cuerpos que se desparramaban en el interior de la embarcación. Luego la mujer
bajó de nuevo la cabeza y se entregó a sus pensamientos. El negro que remaba,
sin embargo, le espetó una respuesta.
-
Calla.
Y
el silencio de los remos en el agua calma volvió a imperar.