No hay sitios adonde escapar, no demasiados. Y entonces, qué
hacemos cuando la insoportable realidad de la letra del piso, del empleo
imposible, de esos ladrones hijos de puta que se pasean por las pantallas de
televisión inmunizados por la fama, de la chica que se droga y lanza al vacío
su vida encallada, de la interminable sarta de necedades que escuchamos al día
sobre la crisis y las impronunciables apreturas de cinturón que ya nos cortan
la respiración. Malditos. Qué hacemos cuando la revolución queda tan lejos. Qué
hacemos ante tanto sufrimiento.
No, amigos. Es necesaria una vía de escape. Es la energía
del cuerpo y de la mente la que pide una
vía para la fuga, para escapar del sufrimiento. La mente tiene incorporados
estos mecanismos de defensa: la amnesia de esos momentos que nos avergonzaron,
del dolor de la humillación; incluso los sueños poseen ese mismo mecanismo de
defensa ante los deseos o dolores lacerantes que afloran en el terreno del
inconsciente.
La inconsciencia es la mejor protección del ser humano
contra la crueldad intrínseca de la existencia. Démonos droga, sí, es la única
forma de sobrevivir cuando los huesos crujen y quedan a un paso de la fractura.
Tomemos esa droga. Y cuando alguien nos abrace y veamos en sus ojos un brillo
de indignación suicida, cuando ese brazo nos anuncie que hay cómplices entre
los nuestros, entonces leeremos la prensa, venceremos la desidia del vencido y
mataremos la esfinge del poder que nos apagó la consciencia. Proclamaremos nuestro
propio Edipo rey.
Pero mientras tanto, déjennos gozar del fútbol, de la
patria, de la mierda exquisita que cuecen en televisión para recreo de nuestros
bajos instintos. Déjennos olvidarnos de que más allá de nuestra relamida vida
perfectamente diseñada para el presente hay algo que se llama “futuro”.